Básicamente la depresión infantil se define como un cuadro de tristeza cuya duración e intensidad superan los estándares previstos en las conductas infantiles. Es por ello que se han determinado dos niveles de depresión: "mayor" cuando los síntomas superan las dos semanas de duración, y "trastorno distímico" cuando las manifestaciones depresivas se prolongan más allá de un mes.
Los motivos más habituales de una depresión infantil pueden estudiarse desde diferentes aspectos conductuales: la deficiencia en las habilidades sociales y acontecimientos traumáticos en la vida del niño (mal rendimiento escolar, imposibilidad de integración social con grupos de pares, etc.); experiencias de fracasos, modelos depresivos cercanos, ausencia de control (familiares referentes que atraviesan cuadros depresivos pueden ser imitados por los niños, fracasos sociales, etc.); disfunción del sistema neuroendocrino, disminución significativa de los niveles de serotonina, por herencia, etc. (alteraciones hormonales, padres depresivos, etc.).
El tratamiento oportuno será decidido en función del encuadre que un profesional psicólogo haga del estado de situación del niño y puede abarcar desde la redefinición y rescate de la autoestima del niño depresivo, técnicas de modificación conductual, terapias psicodinámicas, interpersonales, familiares, grupales, entre otras.